Una nueva relación

En Noviembre de 2017, atendí un retiro de mindfulness que supuso un antes y un después en mi vida. Y al volver a mi rutina en Melbourne, esto se tradujo en felicidad, generosidad y consciencia. Disfrutaba cada momento y los vivía con total atención e intensidad. Al cruzar un semáforo, al ver las caras de la gente al pasar, con cada sorbo de café, al sentarme en la oficina, al pulsar cada tecla del portátil del trabajo… era una maravilla.

Este estado también provocó que me acercase mucho más a mis amigos, pues era capaz de decir lo que pensaba sin tapujos, desconfianza ni vergüenza, y siempre de forma impecable y respetando a los demás. En cierto modo, la sensación era muy similar a la que expirementé en muchas ocasiones justo después de beber las primeras copas con amigos, justo en esos breves momentos en los que estaba entre la sobriedad y la embriaguez. A veces pensaba que estaba en ese enlightenment o despertar del que tanto había oído del budismo, en el cual se dice que Siddharta encontró la verdad sobre la vida, alcanzó el Nirvana y se convirtió en el Buda. Como ya he mencionado otras veces, yo no me considero budista, pero como practicante de mindfulness sí que comparto muchos de sus principios o filosofía.

Como siempre al regresar a Melbourne, también hice nuevos amig@s. Una de mis nuevas amigas pronto se convirtió en novia. Este estado de alta consciencia en el que me encontraba también provocó que simplemente fluyese con mis sentimientos de atracción hacia el sexo opuesto, en lugar de montarme películas románticas y angustiosas como solía hacer con aquellas que me gustaban. Luego así empecé mi relación más auténtica y natural.

Durante nuestras primeras semanas, tuve algunos problemas con una operación que me tuve que hacer, y apenas podía moverme. Estuve también trabajando desde casa en ese tiempo, y ella solía venir después del trabajo a hacerme compañía e incluso resolver algunas de las tareas que no podía hacer por mí mismo, como simplemente ir al super para comprar comida. Yo compraba la cena y cenábamos juntos en casa a diario.

En resumen, todo era fantástico e idílico en esta nueva relación. Y cuando digo «nueva», también me refiero a la forma como se estaba gestando, pues nunca antes había empezado una relación así: desde la amistad y el respeto, comunicándonos directa y abiertamente, y siendo generosos sin esperar nada a cambio.

Pero como todo en la vida, esta imperfección perfecta fue sólo temporal, pues poco después de recuperarme de la operación apareció nuestro mayor enemigo: el ego. Pero ya hablaré del declive en mi próximo artículo.