Adicciones

Tardé poco en adaptarme a mi vida en la city de Melbourne cuando regresé a finales de Agosto. Esta vez alquilé un piso en la city para mí solo, y dado que había estado jugando a videojuegos durante mis vacaciones como en antaño, no tardé tampoco en adornar mi nuevo hogar con una Switch y un juego perteneciente a una de mis sagas favoritas de todos los tiempos: Super Smash Bros.

Cuando regresé a Melbourne aún hacía frío, y entre la rasca que hacía ahí fuera y lo cómodo que me sentía en mi nuevo hogar (especialmente debido a la Switch), comencé a salir menos y a tener bastante menos vida social que nunca antes en la city.

Al mismo tiempo, comencé a tomar un café cada día en lugar de uno o dos a la semana como hacía anteriormente. Creo que nunca lo mencioné antes, pero el café en Melbourne es espectacular; suelo decir que mientras en Cádiz tenemos helados, en Melbourne tenemos cafés. Y suelo decir esto porque, al menos en mi caso, la adicción es similar.

Mis primeros meses en Melbourne fueron muy buenos dado que conseguí todo lo que quise, no obstante sin motivo aparente, poco después comencé a sentirme bastante aislado, aburrido y apático. Había perdido algo pero no sabía el qué. Todo se había convertido en rutinario y monótono, y mi nueva relación era lo único que me daba satisfacción.

Aunque no bebía tanto café (uno al día) ni jugaba tanto a la Switch en realidad como para llamarlos adicciones desde un punto de vista clínico (o eso dice mi psicóloga), al tiempo me di cuenta de que mi forma de relacionarme con estas dos actividades sí era perjudicial, pues las veía como improductivas. Estaban cargadas de negatividad debido a que me sentía culpable cada vez que las practicaba, sin embargo seguía haciéndolas en piloto automático. Una vez más, había caído en la trampa del miedo a no ser lo suficientemente bueno.

A día de hoy, sigo bebiendo un café casi todos los días, pero lo hago tanto por salud como por placer. También sigo jugando a la Switch, pero recobré la consciencia para escucharme mejor y sólo lo hago cuando realmente quiero hacerlo. Y todo más o menos volvió a la normalidad en Melbourne. Ciertamente, como digo a veces en mis clases, el placer es bueno siempre y cuando no se use como mecanismo para sentirnos plenos, sino para recargar energías. Y tampoco es malo ni debemos sentirnos culpables por hacer lo que nos gusta en cada momento, por improductivo que parezca, pues recargar energías es esencial.